Las consecuencias que estamos sufriendo como resultado de los frecuentes temblores de tierra que han sacudido nuestro Puerto Rico es una verdadera tragedia.

Lo que viven nuestros compatriotas del sudoeste es alarmante. Es impredecible cuándo ocurrirá, donde ocurrirá y con qué intensidad ocurrirá el próximo temblor. Hemos leído y nos hemos solidarizado con pueblos hermanos, como Haití (2010), que han sufrido sismos mayores. La realidad es que solo cuando nos toca uno de estos fenómenos de la naturaleza es que cobramos conciencia de lo vulnerables que somos.

Nuestro sistema de energía eléctrica es un desastre por múltiples razones y muchos son los responsables por acción u omisión. Lamentablemente, cuando el País vuelva a la normalidad no habrá un cónclave de expertos y de experiencia, de TODAS las administraciones públicas, para estudiar, desarrollar e implementar un plan correctivo real y sin colores. La razón por la cual no se dará dicho cónclave es que ello requiere que los actuales directores admitan que fallaron, que no tienen el monopolio de la verdad y la razón y que en nuestra Isla hay expertos con experiencia que están dispuestos a ayudar si se les ocupa. Quizás contraten unos señores y señoras, con apellidos difíciles de pronunciar, que se llevarán parte de nuestros escasos recursos económicos y dejarán un informe de miles de páginas que nadie leerá. Recordemos experiencias anteriores en la Autoridad de Energía Eléctrica y en el Departamento de Educación.

Mientras esta tragicomedia se desarrolla solo podemos orar por nuestro País y por nuestros compueblanos del sudoeste y si también podemos ayudar con suministros que mucha falta les hace.

Mi respeto a todos los voluntarios puertorriqueños que acopian ropa, alimentos, medicinas y artículos de primera necesidad y se trasladan a distribuirlos a nuestros hermanos que están hoy en desgracia y angustia. Todos somos compatriotas, compueblanos y hermanos puertorriqueños.

ORACIÓN, MUCHA ORACIÓN.

Escrito por La Palabra