Mi madre, Rosario González Valentín, fue a morar con el Señor hace 22 años y su ausencia todavía se siente.
En la escuela la conocían como Mrs. Roldán, para sus amigos era Sayito, para mi padre Darling y para mi hermano y para mí, simplemente Mami.
Los que la conocieron aprendieron a quererla y nunca supe de alguien que tuviera una queja de ella. Ella tenía, en grado superlativo, la paciencia de Job. Recuerdo un amigo que reprobó su clase de álgebra y me dijo que de él era toda la culpa y que Mami había dado la milla extra pero a él no le gustaba el álgebra aunque le gustaba como ella daba la clase. Extraña alegación, le gustaba como ella daba la clase pero no le gustaba la materia de la clase.
Yo siento un gran orgullo cuándo alguien la recuerda y me habla de sus dones como maestra o que por alguna circunstancia me diga que yo heredé de ella su paciencia. Ser maestra fue su vocación pero también lo fue ser madre y ser esposa. Mi hermano y yo no éramos fáciles pero nunca recuerdo que nos alzara la voz, una mirada y su silencio angelical era suficiente para que entendiéramos que ella no aprobaba nuestra conducta.
Hoy, por ser el Día de las Madres, siento más su ausencia pero me consuela y le doy gracias a Dios por haberme regalado una madre que en adición de haber sido una mujer brillante era pletórica de virtudes en especial de amor. Para mi, una Santa madre.
Escrito por La Palabra