La democracia de Estados Unidos es, sin lugar a dudas, la más estable y también la más compleja en la historia política de la humanidad. Con la posible excepción de la democracia directa de la Atenas del siglo VI a. c., la democracia americana ha sido la más estudiada y la más relevante.

Es una democracia representativa donde el pueblo elige un ejecutivo y unos legisladores, los cuales designan el tercer poder, el judicial. El poder que se delega en los integrantes de las tres ramas de gobierno es de gran magnitud y de graves y peligrosas consecuencias. Por ello solo la democracia directa se identifica como la democracia perfecta, en la cual, el pueblo en asamblea ejerce el poder, no lo delega.

Los partidos políticos son instrumentos esenciales de la democracia representativa y a la vez su mayor imperfección.

Cada partido político de Estados Unidos ha tenido sus héroes y sus aguijones. Los demócratas tuvieron a Kennedy pero también tuvieron a Wallace. Los republicanos tuvieron a Lincoln pero también tienen a Trump.

El peligro de delegar el poder reside precisamente en que hay ocaciones en que se elige a figuras que trastocan los valores y los principios más elementales de la decencia y veracidad.

Estados Unidos nace de una declaración de independencia que proclama que todos los hombres son creados iguales y ello hizo que fuera el refugio y la esperanza de todos los sufridos y oprimidos del mundo. Fue precisamente la diversidad, producto de la inmigración, lo que hizo de Estados Unidos una potencia mundial. Kennedy proclamaba una nación de inmigrantes. Trump proclama una nación de división, persecución y odio. El nombramiento del juez Kavanaugh al Tribunal Supremo de los Estados Unidos es ejemplo claro e inequívoco de lo que es el peligro de delegar el poder en la persona equivocada la cual, en la mayoría de las ocaciones, ejercerá el poder por las razones equivocadas. El juez Kavanaugh fue nombrado no por su inteligencia, capacidad o experiencia, cualidades que si tiene. Fue nombrado porque es un conservado radical que en un escrito dijo que el presidente de los Estados Unidos no podía ser citado a una deposición lo cual equivale a decir que el presidente está por encima de la Ley. El daño que dicho juez le puede hacer a los logros alcanzados en los derechos civiles de los ciudadanos es inmensurable. Trump lo nombró pensando en sus ideas políticas no en el temperamento judicial y su imparcialidad como juzgador. Y lo grave es que el presidente miente en su defensa de los méritos del juez Kavanaugh. Trump no es el primer presidente racista y cultivador de la mentira. Él es el presidente de turno que es racista y le hace culto a la mentira.

Los racistas y mentirosos se encontrarán. El noveno círculo del infierno de Dante Alighieri será su lugar de reunión.

Escrito por La Palabra